
Por Víctor Pavón
La unidad en la actividad política no solo es un valor deseable, sino una condición esencial para alcanzar grandes triunfos.
A lo largo de la historia, los logros más significativos en los movimientos sociales y en las luchas electorales se han alcanzado cuando distintos sectores decidieron poner por encima de sus diferencias un objetivo común.
La unidad política tiene la fuerza de multiplicar ideas, voluntades y energías. Cuando cada miembro de un grupo aporta desde su papel y, al mismo tiempo, mantiene un compromiso con el proyecto colectivo, se genera una sinergia que permite conquistar metas que serían inalcanzables de manera individual.
En estos casos, el triunfo no pertenece a una sola persona, sino a la capacidad de caminar juntos hacia el mismo horizonte.
Cada victoria política lograda gracias a la unidad es también un testimonio de confianza mutua. El pueblo deposita su esperanza en líderes y organizaciones que trabajan en conjunto, porque sabe que solo así se garantiza estabilidad, continuidad y capacidad de respuesta a los desafíos que enfrentan las comunidades.
Cada conquista nace de la firme conciencia de que la unión fortalece, protege y eleva las posibilidades de éxitos. De ahí que romper esa unidad implicaría un retroceso, debido a que la fragmentación abre grietas que casi siempre permiten la infiltración, la división, la duda y el desgaste porque lo que se había ganado con esfuerzo compartido puede desvanecerse cuando prevalecen intereses particulares sobre la meta común.
Por eso, romper la unidad no es un simple desacuerdo, es poner en riesgo un triunfo que costó la entrega y el compromiso de muchos.
La historia política enseña que los grandes cambios se producen cuando se levanta una voz unida. Separarse, en cambio, es debilitar una victoria, es renunciar al fruto que se sembró juntos y entregar ventajas al adversario.
La unidad, por el contrario, asegura que cada logro no solo se alcance, sino que se sostenga en el tiempo.
En política, unirse no significa uniformidad ni renunciar a la diversidad de criterios, sino respetar esas diferencias mientras se protege el propósito superior.
Mantener viva la unidad es reconocer que más allá de lo individual, lo verdaderamente trascendente es lo colectivo. Y cuando ese principio se respeta, cada triunfo no es momentáneo, sino la base de nuevas y mayores victorias.
El autor es empresario, licenciado en Ciencias Jurídicas y actualmente es miembro de la Dirección Central del partido Fuerza del Pueblo.