La ciudad en liza entre facciones del Cártel de Sinaloa, esperanzada ante las presiones de Trump

POR MARÍA VERZA
CULIACÁN, México (AP) — Antes del amanecer, el director de una primaria de la capital de Sinaloa revisa su celular en busca de balaceras o incidentes, evalúa la situación y, si hay peligro, manda un mensaje a los padres para suspender las clases.cu
No es la única nueva rutina de Culiacán, un municipio de un millón de habitantes, capital del norteño estado de Sinaloa, que desde hace casi seis meses es escenario de una guerra entre las dos principales facciones del cártel del mismo nombre.
La violencia limitó horarios para enterrar a los muertos. Las bandas que amenizaban fiestas piden ahora dinero en los semáforos. Los niños se esconden ante cualquier ruido fuerte. Y quienes viven en los límites de las zonas de control de distintos bandos temen por su vida cada día.
Es la primera vez que la delincuencia trastoca la cotidianidad de Culiacán durante tanto tiempo. Muchos agradecen la presión ejercida por el presidente Donald Trump para que México combata con más contundencia a los cárteles y algunos son optimistas pensando que, tal vez ahora cambie la visión que todavía persiste en muchos sectores de la sociedad de ver a los cárteles como protectores.
“Cansados de estar entre las balas”
Todo comenzó septiembre, más de un mes después de la detención en Texas de Ismael “El Mayo” Zambada –el capo mexicano más viejo y astuto –, y de Joaquín Guzmán López, uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, encarcelado en Estados Unidos.
Según “El Mayo”, el “Chapito” le secuestró para llevarle a Estados Unidos en un vuelo privado y esa supuesta traición desencadenó una guerra entre los seguidores de ambas facciones por el control del negocio criminal, cuyo epicentro es Culiacán.
El robo de vehículos, los secuestros, quedar en medio de una balaceras o la revisión de los celulares en busca de información de los contrarios podía acabar en muerte o desaparición. Desde septiembre, según datos oficiales, ha habido más de 900 asesinatos.
“De la curva para allá mandan los Chapos y de ahí para acá mandan los Mayos”, resume un hombre en Costa Rica, un poblado agrícola del sur del municipio de Culiacán.
La mayoría de quienes se atreven a hablar piden el anonimato por miedo porque la delincuencia opera ante sus ojos. Un anciano cuenta cómo vio a unos pistoleros arrastrar dos cadáveres que luego dejaron tirados. Poco después, los cuerpos desaparecieron.
Otros desaparecen vivos, como Julio Héctor Carrillo, de 34 años. Regresaba a su casa en moto a finales de enero después de visitar a un familiar y no se volvió a saber de él. Según su cuñado, Mario Beltrán, su único error fue no respetar el “autotoque de queda” que todos se han impuesto.
Después de pedir ayuda en redes para localizarlo –en el poblado ni se atrevieron a poner carteles con su foto—un colectivo de madres buscadoras les informó del hallazgo de un cuerpo y ahora esperan los resultados de las pruebas de ADN.
“En ningún otro tiempo, en los últimos 30 o 40 años que tenemos registro de la incidencia delincuencial, habíamos tenido tantas familias con desaparecidos”, dijo Miguel Calderón del Consejo Estatal de Seguridad Pública, un organismo ciudadano. A algunos se los llevan para sacarles información y aparecen vivos después. De otros solo quedan los carteles pegados junto a la catedral de Culiacán.