Señor presidente, la cultura no debería farandulearse

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Claudio Acevedo

Claudio Acevedo

Por Claudio Acevedo

El actual mandatario, Luis Abinader, ha sido una persona que por varios lustros he tratado bien de cerca, en virtud de la presentación de las campañas publicitarias que había creado para sus empresas, junto con el equipo de profesionales participantes.

En esas reuniones, constataba que tenía opiniones inteligentes, perspicaces y bien informadas sobre las ideas y el contenido de los proyectos de publi-marketing que le presentábamos.

De ahí, que tenía expectativas de que si así como era de exigente en la calidad de las propuestas, también era de suponer que debía hacer lo mismo con quien pondría a ejecutar y representar la política cultural del Gobierno, si en realidad tuviera alguna.

Por eso, esperaba que la conducción del Ministerio de Cultura, dada la naturaleza y complejidad del mismo, recaería en una o un incumbente conocedor de sus implicancias y que dominara los más amplios espectros de esa cartera cultural.

Por esas consideraciones previas, me asombró la designación en el más alto cargo cultural, de alguien proveniente de la más pura farándula, cuyo único mérito para ostentar el cargo se basó, predominantemente, al parecer, en la cercanía personal o en el compromiso político, en detrimento de las exigencias curriculares o formación intelectual.

Ahora, que suena para ese ministerio otro espécimen de igual procedencia que ha hecho carrera en la explotación de la comiquería barata y poco imaginativa, y las producciones de películas simplonas y mecánicas, que son un monumento construido al mal gusto, le sugiero al presidente que se lo piense bien, para que en su último periodo no se anote otra gestión cultural que pase sin pena y sin gloria, o quizá con más penas que gloria.

A primera vista pareciera deducible que esto podría pasar por la carencia de personas del mundo cultural-intelectual afines al presidente de la Republica, al Gobierno o al PRM.

Pero no es así, verbigracia, tienen a los brillantes escritores Andrés L. Mateo y el amigo Tony Raful, con que estuve recientemente. Y bajando un poco más la escalera, también tienen a Manuel Jiménez, que como experimentado gestor cultural, sin duda lo haría mucho mejor que como alcalde.

Siendo que el Ministerio de Cultura es el órgano responsable del diseño, establecimiento, ejecución y supervisión de las políticas culturales nacionales y sectoriales del Gobierno, teniendo el ministro de Cultura entre sus responsabilidades el impulsar y proteger todas las formas de expresión cultural que nos identifican y nos moldean como pueblo, no cualquiera puede ser nombrado ahí. Y menos si puede confundir la cultura con la farándula.

Y si esto último fuera el caso, estaríamos conjugando en tiempo pasado, presente y futuro el verbo farandulizar, el cual se define como: “Cambiar o transformar algo de forma trivial o frívola, quitándole seriedad o profundidad. Es un término que se usa para describir algo que se ha hecho de manera superficial y banal”.

Basado en estas consideraciones y razonamientos, le sugiero al presidente Abinader, con la confianza que me dan los años de relación personal y profesional, que se tome más en serio el quehacer cultural y que con sus designaciones demuestre el respeto y la importancia que se merece la cultura nacional.

Como lo hizo Juan Bosch, Balaguer, Leonel Fernández (con el ministro José Rafael Lantigua), e incluso, el dictador Trujillo, quien supo rodearse de intelectuales de valía y alto estirpe.

Si la política se ha farandulizado tanto hasta el nivel de llenar el Congreso Nacional de riferos, merengueros, bachateros y personajes del bajo mundo y de poca monta cultural, no permitamos que a Cultura vaya la comiquería que caricaturice el ministerio.

Salvemos a la cultura de la de designación de personajes cuya única carta de presentación es su capital de figuración mediática y que creen que el hacer cultural es solo un espectáculo que se monta y se desmonta a placer.

Para finalizar, como la cultura no es ajena a la consolidación de los planes desarrollistas que pretende impulsar un jefe del Estado, al susodicho ministerio no debería ir gente que en nada contribuyen a ese propósito, ya que solo saben hacer bien reality show y circo para la plebe.

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