
Por Fernanda Fernández
He crecido en una familia que inculca valores, identidad cultural y respeto por lo propio. Emigré porque, en mi país, es necesario tener un título internacional para poder ocupar un lugar y ser reconocida. Esa realidad refleja el desconocimiento y la falta de valorización de nuestra cultura: una sociedad que se inclina ante todo lo extranjero.
Hoy alzo la voz por Atabey, símbolo ancestral y espíritu de nuestra tierra. Países como Grecia, México, Polinesia o Perú han sabido honrar sus raíces, proteger sus tradiciones y convertirlas en fuente de turismo y orgullo nacional. Cada año, millones de personas los visitan atraídas por su identidad viva.
Desde nuestra Constitución, se establece el deber del Estado de preservar y proteger el patrimonio cultural. Quienes atentan contra él deberían ser destituidos, pues no solo vulneran la ley, sino también la esencia de lo que somos como pueblo.
Sin embargo, la realidad es otra: República Dominicana ha cedido poco a poco a un dominio extranjero velado, disfrazado de progreso, impulsado por el ego y los intereses de una minoría que busca enterrar nuestras raíces para imponer costumbres ajenas.
Es momento de recordar que defender nuestra cultura no es mirar al pasado, sino asegurar que el futuro siga teniendo alma.
Atabey vive en nosotros.

