Presidentes y ministros prueban soledad del poder

Danilo Cruz Pichardo

Son pocos los que llegan a ostentar cargos relevantes que se enteran del carácter circunstancial de su poder, porque la gran mayoría se embriaga y cambia de residencia, de número telefónico y se deshace de los amigos de toda la vida por adulones.

Algunos cambian, inclusive, a su compañera de décadas por una hermosa joven de inmensa distancia contemporánea. Sentirse en una especie de paraíso y aborrecer su pasado es propio de personas de mente estrecha, sin necesariamente estar loca.

No hay quien le hable de ron, locrio de arenque, bañarse en un río y echar una siesta en una hamaca en un patio; ahora toma Whisky extranjero del más caro, come caviar y descansa en villas.

Elevar su nivel de vida, sin embargo, no es nada condenable, en la medida en que sea con recursos propios, lo reprochable es el delirio de persecución que se crean a sí mismo, al andar siempre escoltado de manera innecesaria. Se trata, sencillamente, de sentirse “grande”.

El tiempo avanza, el período electoral se aproxima y su partido pierde las elecciones. Le hacen auditorías y los resultados arrojan un desfalco multimillonario, además de estar involucrado en un entramado mafioso.

Viene el escándalo judicial y le dictan, empezando el proceso, 18 meses como medida de coerción y lo envían a Najayo Hombre. En cuestión de meses envejece diez años, el estado anímico se va al piso, no se afeita ni se da el tinte, salen a relucir enfermedades que no conocía, los nuevos amigos (adulones) desaparecen y la mujer joven y estrecha, que le fingió “amor eterno,” lo abandona.

Dijo Honoré Balzac: “La caída de un gran hombre está siempre en relación a la altura a la que ha llegado”. No es lo mismo que cancelen a un empleado, con sueldo mínimo, que destituir a un ministro y que para colmo sea objeto de una persecución judicial y termine en la cárcel. Es como pasar del edén (el paraíso) al infierno.

La soledad del poder es materia de psiquiatría. Se especula mucho sobre las causas del suicidio de don Antonio Guzmán, pero es innegablemente que ese gran presidente atravesó por episodios de depresión, al saber que tenía los días contados en Palacio Presidencial, que muchos de sus colaboradores estuvieron coqueteando con Jorge Blanco, que él y su familia podría ser objeto de persecución, que los militares, los mismos que hacían saludo militar cayendo en la ridiculez, que le juraron lealtad, se alejaron y que solo lo visitaba un puñado de amigos.

Es aconsejable que todo funcionario busque ayuda psicológica al momento de bajar la escalera, es decir, días previos al abandono del cargo, al menos que esté mentalmente preparado para darse las terapias correspondientes.

Esa transición es difícil, difícil hasta para aquellos que han sido un ejemplo en el ejercicio de la función pública, porque nunca se descarta la mancha de honras o que algún nuevo funcionario procure hacer circo con su persona.
Todavía no hay auditoría y está convocando rueda de prensa para anunciar el supuesto hallazgo de un “desorden”.

Por un lado, empero, es bueno que se den todas estas cosas. La mayoría de los políticos desean ocupar cargos públicos relevantes como trampolín a la fortuna económica, sin valorar eventuales y futuras consecuencias, que pueden dañar la salud, la cual no repararía nunca el dinero robado del erario.

El extinto cantautor Héctor Lavoe decía –en una de sus composiciones–: “Nada dura para siempre…” Al llegar a ser presidente de la República o ministro hay que asumirlo con humildad, porque el poder es momentáneo, con prudencia y, sobre todo, con concepto de la gratitud hacia aquellos que hicieron posible que arribe al cargo. “No arrojes piedras en la fuente de la que has bebido”, dijo Talmud.

Cuando admitimos la comisión de un error también estamos anunciando, sin darnos cuenta, que hoy sabemos más que ayer. Siempre se ha dicho que errar es de humano y que reconocerlo engrandece, pero lamentablemente algunos de nuestros líderes no asumen yerros, porque piensan que es caer a la defensiva.

Leonel Fernández dijo en una oportunidad que prefirió pagar para no pegar; Danilo Medina preguntó: “¿Cuál corrupción?” Y Luis Abinader por nada del mundo se refiere a ninguna imputación negativa contra su Gobierno.

Lo que se estila en nuestros gobernantes y sus funcionarios es dibujar paraísos, ellos son los únicos que están en lo correcto, creen que el electorado dominicano se circunscribe al estar bien con la oligarquía nacional, no se dan por enterado que en 20 años de crecimiento económico el mismo no ha llegado a los sectores vulnerables en término social.

No se dan cuenta, además, que se apartaron de programa de gobierno propuesto a la población, que controlar poderes y cortes para nada sirve si no se hacen las transformaciones estructurales que demanda el país, que el tiempo avanza y que, a fin de cuentas, se rodearon de tradicionales trepadores y lisonjeros, especialistas en expresar palabras agradables al oído de los hombres que amasan poder, pero que la mayoría termina en la soledad.

Los presidentes, ministros y demás funcionarios dominicanos presumen en inteligentes, pero todos, casi todos, se dejan rodear de falsos amigos, adulones, y se repite la misma historia.

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